El Parque de Yamaguchi, situado muy cerca de la zona hospitalaria, es una zona verde atípica y cargada de singularidades. El visitante se trasladará inevitablemente en su recorrido a Oriente y atisbará a un extremo el
Planetario, el mayor del mundo por su bóveda celeste, donde a diario se celebran encuentros, exposiciones y proyecciones de divulgación científica para todos los públicos.
A su alrededor, un diseño arquitectónico de vanguardia, obra del arquitecto catalán Oriol Bohigas (1994), con edificios de vivienda en forma de U, fuentes y plazas porticadas que cortejan a la calle La Rioja. Una alta concentración de salas de cine y establecimientos de hostelería al aire libre, que invitan al ocio y la diversión del público en general, son el fiel reflejo de una ciudad que crece a pasos agigantados en calidad de vida y modernidad.
Creado sobre el solar de una antigua fábrica, este
jardín japonés tradicional, cuyos orígenes datan del siglo VII, invita a la meditación. Su simbología recoge la celebración de las cuatro estaciones y traslada al visitante a la Ceremonia del Té, una tradición que data del siglo XVI y que hace del jardín un lugar de encuentro espiritual alejado del mundanal ruido.
Es este jardín nipón el que ocupa el corazón del Parque de Yamaguchi. Se extiende a través de 4.000 metros cuadrados de terreno y está formado por un estanque rodeado de un espacio ajardinado, con los elementos propios de la cultura oriental conectados a través de caminos peatonales. Quinientas toneladas de piedra, 400 árboles y 600 plantas hacen el resto.
Empiece su visita por la parte oeste del parque, junto al Planetario. Apóyese en la barandilla, baje sus ojos y mire al frente: sobre el lago, una placa de cerámica sobre unos troncos de madera, obra de la escultora pamplonesa Concha Cilveti, simboliza el hermanamiento y sirve de guía al panorama que se alza ante el observador. Gire la vista a su izquierda.
Ahí esta la suhama o
playa de arena y piedra. Al frente, al otro extremo del lago, el yatsubashi, una pasarela o puente de madera que conecta dos pasos peatonales. Siga con su recorrido visual hacia la derecha. Se topará con el ishibasi, un puente de piedra que simboliza los caminos de la vida, y el taki o cascada, cuyo discurrir del agua simboliza la idea de que todo fluye y cambia.
A continuación,
la azumaya o caseta de madera construida a modo de palafito sobre el estanque, es, sin duda, lugar privilegiado para observar el jardín en su conjunto. Acérquese hasta allí y entonces lo verá sin necesidad de advertencia alguna: altivo y poderoso,
un géiser o chorro de agua de más de veinte metros de altura se alza sobre el eje del estanque, siempre que el viento no esté encolerizado.